Las estadísticas del uso de redes sociales, y sobre todo de Facebook, acusan una penetración enorme y una influencia temible.
Alrededor del 68% de los norteamericanos usa esta red social y dos tercios lo usan para ver noticias. Esto quiere decir que casi la mitad del país -casi el 44%- se informa a través de publicaciones de Facebook, según datos de Pew.
El ascenso de esta empresa, justamente, coincide con la caída de credibilidad de los medios de comunicación tradicionales. Según Gallup, en 2005 un 51% de los norteamericanos decía tener mucha o bastante confianza en los medios de comunicación, cifras que desde entonces han caído al 32%. Este desprestigio es mayor entre los conservadores: apenas un 14% dice confiar en los medios.
La desconfianza de los medios en España es, curiosamente, menor. La mayoría de los encuestados aún aprueba las formas tradicionales de informarse, según arroja el CIS. Tan sólo un 25% de los internautas emplearon las redes sociales para informarse, por ejemplo, sobre las elecciones de junio de 2016. Incluso así, la red preferida sigue siendo Facebook: un 74% de los internautas españoles tiene una cuenta activa en esta red social.
La cámara de eco
El asunto es que las fuentes de información del Facebook las escogemos nosotros mismos. No existe un editor o un periodista decidiendo el menú informativo o velando por la ecuanimidad de las tendencias. Vemos apenas los medios que elegimos y los que eligen nuestros amigos, que normalmente piensan de la misma forma que nosotros. Y todo ello es potenciado por los algoritmos de Facebook, que nos muestran más de lo que validamos con un “me gusta” y cada vez menos de lo que no.
Semejante amplificación de nuestros gustos produce un efecto llamado “cámara de eco”. De acuerdo a ello, ciertas ideas, opiniones y creencias cobran fuerza de tanto transmitirse, repetidas, dentro de un circuito cerrado que validamos nosotros mismos. En dicho circuito las versiones distintas, las opiniones contrarias o los modelos diferentes están censurados o sobre-presentados. Según Pablo Barberá, profesor de la Southern California University, “Un ciudadano está en una cámara de eco cuando la mayor parte de la información política que consume confirma sus opiniones previas”.
Así, cada cual construye su cámara de eco en las redes sociales, y éstas devienen un ejercicio un tanto onanista de información sesgada: se consume mayormente la misma opinión que se posee y se refuerza la misma cada vez más profundamente, al pensar que esa porción de la población con la que se interactúa es, justamente, la población total. Pero las redes sociales no son la realidad.
Según un artículo en Science publicado por empleados de Facebook, los únicos que tienen acceso a ese tipo de datos, los votantes de una ideología determinada tienen amigos que comparten noticias sólo de medios afines. Una investigación del mismo profesor Barberá detectó un efecto similar en Twitter: los intercambios sobre política se producen principalmente entre individuos con tendencias ideológicas semejantes.
Claro que la cámara de eco no existe solamente en Internet. Nuestros amigos en la vida real influyen obviamente en nuestras opiniones y elegir un solo periódico para leer reduce la visión del mundo. Estos son fenómenos hartamente comprobados. El problema es que las redes sociales replican este fenómeno humano, casi primitivo, de que nos gusta que convaliden nuestros prejuicios, y lo masifica hasta el punto de crear una sensación de mayoría.
La influencia de las redes sociales
Conviene entender que las personas privilegiamos la información que apoya nuestras ideas previas. Es justamente uno de los retos de la democracia en nuestros tiempos: el sesgo de información y la construcción de las mayorías votantes.
A todos nos pasa: las ideas afines nos resultan más convincentes y más agradables. El 59% de los usuarios de Facebook reconoce, según Pew, que los debates sobre política en redes sociales les suelen resultar “frustrantes y estresantes”. ¿Nos disgusta cambiar de opinión? ¿Nos sentimos infravalorados o humillados si no vencemos a un contrincante político en esa nueva arena de lo público que son las redes sociales? ¿Pensamos, en el fondo, que ceder en un debate nos ganará el rechazo de nuestro circuito, así como éste se ganaría el nuestro si no nos dijera lo que queremos oír?
De ser así, nos hallamos atrapados en los falsos placeres del ego que propicia una cámara de eco.
El eco hace nuestra vida más cómoda. No tenemos que enfrentarnos a opiniones discordantes, ni revisar nuestra postura, ni admitir errores. Las redes sociales exacerban nuestros sesgos y nuestras posturas en lugar de suavizarlos, en un deseo frenético de satisfacer a un ego muy primario, muy adolescente. Quizá por eso debamos empezar a utilizarlas con más responsabilidad.