Las pruebas de ADN siguen resolviendo los crímenes más antiguos. Es el caso del asesinato de un recién nacido y que mantuvo durante años a la gente de Sioux Falls, en Dakota del Sur (EE.UU.), con el alma en vilo. La criatura tenía lágrimas congeladas en el rostro y esto fue lo que nunca pudo olvidar Lee Litz cuando, el 28 de febrero de 1981, halló al bebé muerto en una zanja.
El pasado 8 de marzo, la policía puso tras la rejas a la culpable de abandonar al pequeño Andrew John Doe, como fue bautizado. Se trata de Theresa Bentaas, de 57 años, casada y con dos hijos, quien dijo que cometió la atrocidad a los 19 años, cuando “era joven y estúpida”.