La escena es habitual: compras la entrada del estreno de esa película tan esperada, haces una larga fila antes de que el personal de la sala verifique que has efectivamente comprado la entrada y te diriges tu asiento.
Ya cómodo, sueltas tus cosas personales y colocas las reservas de comida que te harán compañía durante la peli: sodas, snacks, quizás algún perrito o unos nachos y, sin duda, el producto estrella de la noche: un buen bidón de palomitas de maíz de generosas proporciones y condimentadas con generosidad para tu noble paladar. ¿Te suena familiar?
Crisis en la economía mundial
Pues bien, esta conducta en el cine no siempre fue así. De hecho, ni siquiera fue planificada sino, más bien, producto de circunstancias históricas.
Como se sabe, lo que actualmente se conoce como la industria del séptimo arte tuvo sus orígenes en los Estados Unidos, a principios del siglo XX. La gente iba a ver las cintas mientras que numerosos vendedores que se apostaban en el exterior suplían de dulces y cualquier tipo de golosinas a los espectadores.
En términos generales, no existía una regla general de qué comer dentro de las instalaciones, por lo que lo más común es que cada quien comiese lo que deseara. Si hacemos un ejercicio de imaginación, pues la variedad era sin duda lo común de una escena de ese tipo en 1910.
Sin embargo, las cosas no fueron buenas económicamente para el país a medida que pasó el tiempo. A finales de la década de 1920 ocurrió una crisis económica profunda en el país y el mundo industrializado en general conocida como “La Gran Depresión”, lo que generó un desempleo generalizado, así como la merma de los recursos económicos de la población.
Es ahí cuando cambian las cosas para la industria del cine. Por una parte, algunos insumos básicos para producir golosinas, como el azúcar, escasean y sufren un proceso de regulación a nivel nacional.
Por otra parte, las películas se convierten, a partir de este momento, prácticamente en la única fuente asequible de entretenimiento para los ciudadanos, lo que incide en el aumento de su consumo.
Las palomitas: la gran solución
Ahora bien, ¿cómo entran las palomitas a ser los protagonistas? Pues resulta que de todos los productos disponibles dentro del país, el maíz era el único que había en grandes cantidades y que podía venderse sin restricciones de ningún tipo.
Así, en medio de grandes penurias, la gente podía encontrar un espacio de relajación en compañía de un film entretenido sin dejar de comer algo durante su transmisión.
Con esto, las palomitas se convirtieron en el elemento que hermanaba a todos los espectadores, sin importar su clase social o económica.
El resto es historia. Con la recuperación de la economía, no solo se había instalado dentro de la conciencia colectiva una asociación que dura hasta hoy.
Además, se había logrado articular una fórmula exitosa de obtención de ganancias económicas, pues en los cines el rédito provino en la mayoría de los casos de las palomitas vendidas más que de las entradas de la película.