La gravedad cero es lo más parecido a flotar, pero poco se ha dicho sobre sus efectos a largo plazo en el cuerpo humano. ¡Descúbrelos aquí!
Durante siglos la humanidad soñó con la fantástica conquista del espacio, con maravillarnos ante paisajes estelares y emprender viajes cósmicos de varios años. Y ahora que la tecnología espacial avanza a pasos agigantados, empezamos a ver esos sueños como algo más que una mera ensoñación gracias, entre otras cosas, a la gravedad cero. Quizá es el momento justo de preguntarnos sobre las consecuencias que eso tendría en nuestro organismo, hecho para y acostumbrado a vivir en la Tierra.
En este caso nos ocuparemos de la ingravidez, la tan fantástica gravedad cero que es lo más parecido a flotar que podemos imaginarnos. Hemos visto en películas y en fotografías las maravillas de la falta de atracción gravitatoria, pero poco se ha dicho sobre sus efectos a largo plazo en el cuerpo humano.
Estiramiento vertebral
Scott Kelly, el astronauta norteamericano, notó que después de pasar un año entero en el espacio y volver a la tierra, su altura se había incrementado en unos centímetros. Cinco, para ser exactos. Esto se debía a que al liberarse de la fuerza gravitatoria de la Tierra, su columna vertebral se había estirado paulatinamente, modificando su postura y haciéndolo ligeramente más alto. El efecto, sin embargo, fue temporal, ya que al volver al influjo de la tierra sus huesos volvieron a comprimirse y a recuperar su disposición inicial. Y adiós a esos centímetros extra.
Pérdida ósea y atrofia muscular
Semejante al efecto anterior, pero mucho más grave, sería el efecto sobre los huesos de una exposición muy prolongada a la ingravidez. Es quizá uno de los inconvenientes más serios de la vida en el espacio, y consiste en la pérdida paulatina de calcio en el esqueleto, haciendo que los huesos pierdan su resistencia natural de manera irreversible. Otro tanto ocurre con los músculos, acostumbrados al ejercicio de soportar el empuje de la gravedad, y que tras mucho tiempo de ingravidez se hacen más laxos, pierden mucha de su fortaleza y pueden incluso llegar a atrofiarse. Sólo que a diferencia del daño óseo, esta pérdida muscular es perfectamente reparable con ejercicios.
Síndrome de adaptación al espacio
Este síndrome ha sido descrito en astronautas durante su primer y segundo día en el espacio, y se trata de una pérdida momentánea del sentido de la orientación, que se traduce en mareos frecuentes, vómitos y debilidad generalizada. Esto se debe a que los huesecillos del oído no funcionan igual sin gravedad y tardan en adecuarse al nuevo sentido. Y sabemos que el oído es el órgano de la orientación y el balance.
Desplazamiento de fluidos
Por raro que parezca, en gravedad cero los líquidos del organismo tienden a subir y acumularse en la parte superior del cuerpo, lo que genera hinchazones y pulsaciones en el cuello, obstrucción de la nariz y, a largo plazo, enflaquecimiento de las piernas. Al volver a la tierra, sin embargo, los líquidos vuelven a su lugar, y un tratamiento con solución salina les permite a los astronautas no sufrir mayores consecuencias.
Pérdida de condiciones cardiacas
Dado que en el espacio ocurre una reducción de los líquidos del cuerpo de un 10% aproximadamente, el corazón no necesita trabajar tan intensamente y disminuye su ritmo, a la larga perdiendo un poco de su capacidad. De manera semejante, los glóbulos rojos, portadores de la hemoglobina esencial para llevar el oxígeno en la sangre, disminuyen inexplicablemente durante la estadía espacial, y recuperan la normalidad a las pocas semanas de volver a la Tierra.
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Por lo visto, somos animales acostumbrados a la gravedad. La necesitamos para el correcto funcionamiento del organismo, tanto como necesitamos el sol, el agua o la comida. ¡Pero no desesperen, amantes del espacio! Seguramente la ciencia hallará la solución a esos males y podremos continuar aventurándonos en el espacio infinito que nos rodea.