Desde que Jesús le dijera a san Pedro que sobre él construiría su iglesia, la tradición eclesiástica ha establecido que la cabeza de la misma debía ser un hombre. De hecho, es lo que se ha visto desde sus más remotos orígenes y se mantiene en la actualidad.
Pero parece que esta norma tuvo un momento en el cual se rompió. No se trata de que no hubiese personas para el cargo. Todo lo contrario.
En el año 855 d.C. una persona demostró tener no solo la inteligencia sino también el coraje de hacer frente a las amenazas de los sarracenos que sufrió la religión de Cristo.
Lo que absolutamente nadie podía imaginar era que, detrás de esa figura poderosa e inteligente, se hallaba escondida nada menos que una mujer:
Juana, ha pasado a la historia como la única papisa que, hasta el momento, ha ocupado la silla de san Pedro. Un acontecimiento histórico que, como veremos a continuación, no está exento de polémica ni incredulidad…
Un papa mujer que murió dando a luz
Nacida en el año 822 en un pueblo llamado Ingelheim (actual Alemania), las fuentes señalan a Juana como una persona que sintió la llamada de Dios desde muy joven.
No obstante, en vista de que su condición de mujer la condenaba prácticamente a una labor doméstica, optó por vestirse de hombre y cambiarse de nombre. A partir de entonces sería Juan el Inglés.
Desde entonces hizo vida en varios monasterios y viajó a muchos lugares que le dieron bastante cultura. Sin duda, esto fue algo que le dio mucha suerte en su carrera en la curia romana.
Poco a poco fue escalando posiciones. Primero obtuvo un cardenalato, y luego, en el año 855, con la muerte del papa León IV, obtuvo el papado bajo el nombre de Juan VIII el Angelical.
Durante su tiempo como papa tuvo una actuación destacada y muy discreta con relación a su sexo. Pero, al parecer, esta condición le jugó una mala pasada:
Mientras disimulaba un embarazo, consecuencia de su romance con el embajador Lamberto de Sajonia, dio a luz en público de forma inesperada en mitad de una procesión en abril de 858.
Unos dicen que el parto se complicó causándole la muerte, mientras que otros aseguran que murió lapidada a manos de la multitud que allí se encontraba.
La reacción del Vaticano
A raíz de este escándalo, y siempre según cuenta la leyenda, el Vaticano tomó medidas para evitar que se volviera a repetir semejante engaño y asegurar que los futuros líderes de la iglesia fueran varones.
Se estableció un ritual que consistía en sentar al nuevo pontífice en una silla con un agujero central mientras un eclesiástico cualificado palpaba manualmente sus testículos. Si la exploración resultaba satisfactoria debía decir en alto: «Duos habet et bene pendentes» (tiene dos y cuelgan bien).
Como es lógico, las autoridades vaticanas no solo niegan la existencia de esta costumbre dentro de la iglesia sino que, además, cuestionan que haya habido una papisa entre sus líderes.