Todos hemos contado ovejas para probar si el método funciona pero, ¿de dónde proviene realmente esta historia y quién la contó por primera vez?
Muchas personas cuentan ovejas para dormir cuando tienen trastornos del sueño o cuando están preocupadas por alguna situación puntual que no les permite descansar.
Evidentemente esto es más una tradición o leyenda que una realidad, pues cuando uno tiene falta de sueño en lo último en lo que piensa es en ovejas saltando vallas.
Pero hay que admitir que todos hemos contado ovejas alguna vez en la vida para probar si ese método que nos recomendaron nuestros sus abuelos realmente surtía efecto. Pero, ¿de dónde sale realmente esta historia de contar ovejas?
Como en la mayorías de los casos, existen varias historias diferentes que se atribuyen el inicio de esta tradición.
El rey que no podía dormir
Una de esas historias cuenta que había un rey en una comarca que no podía dormir y solicitó los servicios de un fabulista para que todas las noches le relatara algunas fábulas y así poder conciliar el sueño.
Este fabulista decidió contarle cada día cinco historias cortas. Sin embargo, como el rey padecía de un fuerte insomnio, no logró dormir, por lo que solicitó que le contarán historias más larga.
Así que el fabulista decidió inventarse una historia que relataba cómo era la vida de un aldeano que tenías dos mil ovejas.
Todos los días el aldeano debía cruzar a todas las ovejas de un lado al otro de un río. Para ello tenía una pequeña canoa en la que solo cabían dos ovejas. Lo más importante era que no perdiese a ninguna oveja, por lo que debía contarlas todas, una a una. Fue así como el Rey finalmente se durmió.
El Pastor y sus ovejas
Unos avispados padres, cuyos hijos pasaban las noches en vela obligándoles a leerles un cuanto tras otro, inventaron una historia en la que sucedían eventos que hacían que no tuviera fin:
La otra historia se asemeja bastante a la anterior, pero no incluye reyes, sino a un pastor y a su enorme rebaño de ovejas.
El pastor tenía que subir a sus ovejas a lo alto de una montaña. Para ello debían saltar una valla muy estrecha en el camino. Las ovejas debían pasar de una en una y el pastor debía contarlas para asegurarse de no perder ninguna. Eran tantas, las ovejas que los niños se dormían antes de poder llegar a saber cuántas formaban el rebaño.