El cielo es uno de los tantos temas que están tan íntimamente ligados a nosotros que no nos percatamos cuanto lo tenemos ahí. Así, cuando leemos un libro seguramente hallamos una referencia suya y ni hablar de aquellos cuadros pictóricos en donde ese rayo azul domina buena parte de la escena.
¿Cuál es la razón por la que el color azul nos viene directamente a la mente cuando hablamos del cielo? ¿Por qué no tenemos un cielo negro, como el del espacio exterior?
Un problema duro hasta para los más experimentados
Si piensas que la pregunta es caprichosa y tonta, pronto te darás cuenta de tu error. Primero, porque forma parte de uno de los hechos más importantes con el cual nos topamos durante toda nuestra vida.
Segundo, porque hasta las personalidades más brillantes de la humanidad, como Leonardo da Vinci o Isaac Newton, se hicieron esta pregunta sin poder dar con una respuesta satisfactoria.
Así, la pregunta no solo era seria, sino de muy difícil explicación.
El siglo XIX trae una solución
Por suerte, los problemas científicos se heredan en el tiempo y siempre hay alguien que dé con lo que otro no pudo. Es de esta manera como, en 1871, el físico británico Lord Rayleigh explicó qué era lo que causaba este fenómeno tan pintoresco.
La respuesta puede parecer insólita de buenas a primera, pero tiene toda la lógica del mundo: el aire. Para empezar, sabemos que la luz nos viene del sol, hasta aquí no hay novedad. Lo que poca gente sabe es que esta no llega de manera pura y directa a nuestro mundo.
Tiene que atravesar primero la atmósfera. Y no solo eso: también pasa por muchos obstáculos, cada cual con mayores incidencias en el color que vemos del cielo: gotas de agua, polvo y hasta moléculas de gases como nitrógeno y oxígeno, muchos de ellos producidos por nuestras flamantes sociedades industriales.
Naturaleza de la luz solar dispersada
La luz del sol contiene dentro de sí todo el espectro de colores que conocemos y cuando entran aquí sencillamente se fragmentan las múltiples ondas que tiene.
Así, los componentes que hacen posible que veamos el naranja, el rojo, el verde, el azul y el violeta se dispersan de manera muy variable.
Si estos colores son de onda corta, las probabilidades de esparcirse son mayores, como ocurre con el violeta. Si son de onda larga, como el rojo, no se expanden.
De esta manera, la presencia de rayos azul-violeta llegan del cielo por todos lados y nos brinda ese tono cerúleo que tanto nos apasiona.
Tipos de aire, tipos de colores
Cuanto más limpio es el aire, más bonito e intenso se ve a los ojos del espectador.
Sin embargo, si este es húmedo, con muchas partículas de polvo y vapor, hasta las ondas largas de la luz se dispersan, lo que hace que ya no se vea azul, sino blancuzco grisáceo.
¿Y por qué se pone rojo a veces?
Cuando vemos que tiene un cambio mayor es al final de la tarde. Ese tono rojizo intenso se debe a la posición en la que se halla el sol.
Como ya se está poniendo, la luz tiene que hacer un recorrido más largo que cuando está, por ejemplo, en el cenit típico del mediodía.
Todo esto hace que los componentes de color azul y verde se pierdan tanto que nuestros ojos no los vean. Es ahí cuando los rayos de onda larga adquieren protagonismo y vemos esa tonalidad fuerte que impregna a nuestros ojos.